Ordenador ¿portátil?

 

Creo que todos retenemos en la memoria, las imágenes de anuncios, fotogramas o películas en las que un joven bróker o “bussiness man” de principios de los años noventa, trabajaba desde una playa, una casa en la montaña o en un parque público. Ello era posible al enorme avance de la tecnología, que por aquella época, sorprendía al mundo entero con la incursión entre las máquinas de oficina del ordenador portátil.

Pues bien, unos años después, el ordenador portátil, con unas características intrínsecas que poco tenían que ver con el mastodonte de cables y cajetines encima de un escritorio, comenzó a popularizarse, además de entre la “gente de negocios”, entre los estudiantes, periodistas, etc., hasta llegar a los hogares.

Cada vez es más usual, encontrarnos con usuarios de ordenadores portátiles que lo adquieren para su uso o disfrute en un lugar determinado, es decir en su casa, y en la mayoría de los casos, siempre dentro de la misma habitación.

Esto puede ser debido a su apariencia compacta que necesita menos espacio, a sus inmejorables prestaciones o a la tendencia actual de intentar adaptarse a cualquier moda surgida.

Lo que es cierto, es que los consumidores, una vez más hemos adaptado un producto destinado a otra utilización, dándole un uso radicalmente opuesto para el que fue diseñado, es decir, en este caso concreto hemos dotado de inmovilidad a un elemento o herramienta, que como su propio nombre indica es “portátil”. Una vez más el consumidor es quién marca las pautas.